La astucia política con que Trump aplastó a sus rivales y ganó la presidencia

Algunos pensaron que era una estrategia para vender condominios eso de que Donald Trump lanzara una campaña presidencial.

Fue el 16 de junio de 2015, y muchos grandes medios y comentaristas de Estados Unidos lo vieron como un nuevo truco publicitario, ligeramente pasado de tono, de un magnate que producía risa entre las élites por su pelo estrafalario y sus comentarios desmedidos.

CNN pronosticaba ese día: “No es claro que el pueblo estadounidense quiera darle la oportunidad”.

La venerable revista Time comenzaba su crónica asegurando que “con Trump siempre se trata de dinero” y que el multimillonario veía esta “fantasía política” como una gran oportunidad de mercadeo para sus productos.

Los expertos estuvieron, por supuesto, monumentalmente equivocados.

Trump inició su campaña destrozando uno tras otro los más establecidos tabúes políticos al comenzar por el punto exactamente opuesto al que deseaban las autoridades de su partido.

Cuando se lanzó a la carrera presidencial, ya era un figura conocida entre el gran público por su rol como estrella de reality y favorito de la farándula.

Pero su perfil no se ajustaba a los deseos de la jerarquía republicana, que había advertido que si no querían que los cambios demográficos del país los dejaran atrás, tenían que hacer un gran esfuerzo por atraer a los latinos al partido.

El magnate decidió, en cambio, equiparar a los mexicanos con violadores. Era un suicidio político: excepto porque no lo fue.

Trump entendió mejor que ningún otro aspirante a la Casa Blanca la frustración y la rabia contenida del estadounidense blanco de clase trabajadora, quien ha observado en las últimas tres décadas cómo la globalización iba carcomiendo su seguridad económica al tiempo que la inmigración iba cambiando su vecindario.

Ahí radica su primera muestra de sagacidad política.

Mientras que buena parte del resto de los republicanos buscaban captar la atención de los recién llegados a su partido, las minorías, Trump se la jugó por los anglosajones pobres que llevaban años en el sistema y sentían que las estructuras tradicionales del poder en Estados Unidos los habían abandonado.

Y de ahí lanzó una campaña centrada en aprovechar los temores y, sí, los odios o prejuicios de ese segmento de la población.

Táctica revolucionaria

Esa era la estrategia. La táctica fue más revolucionaria aún, al menos en el contexto estadounidense.

En las primarias de su partido se enfrentó a 15 contrincantes armados con batallones de asesores políticos.

El rival a vencer supuestamente era Jeb Bush, el heredero de la dinastía política de más “sangre azul” en Estados Unidos.

Pero Trump no contrataba asesores, ni pagaba costosas campañas de televisión como lo hacía el resto. En la mayoría de los casos, simplemente tuiteaba.

En una táctica que los latinoamericanos reconocemos por su parecido con la que empleaba Hugo Chávez, Donald Trump se reveló como un maestro en la publicidad política.

La cuenta en Twitter @realdonaldtrump consiguió lo que en su momento hacía el presidente venezolano con su @chavezcandanga: sacudir una y otra vez a la opinión con un discurso a veces burlesco, en muchas ocasiones grosero y en todo caso desafiante, que encantaba a millones buscando una alternativa: era elantipolítico que tantos querían oír.

Con cada exabrupto que lanzaba contra Wall Street, los mexicanos o los musulmanes dominaba el mundo mediático por unas horas más. Y así desintegró las aparentemente sólidas campañas de sus rivales republicanos.

Con esta táctica, el más vilipendiado y ridiculizado candidato de la política contemporánea en Estados Unidos arrasó en las primarias, para llegar como ganador absoluto a la Convención Nacional de su partido en Cleveland.

Recta final

En la recta final por la Casa Blanca, muchos analistas volvieron a descartar a Trump, tratándolo como una atracción de circo, que se vería impotente frente a la bien aceitada maquinaria electoral de su contrincante demócrata Hillary Clinton.

La cabeza fría indicaba que Trump afrontaría retos y dificultades gigantescas.

Al cortejar los prejuicios de los hombres de clase trabajadora anglosajona, Trump desenterró un lenguaje de hostilidad racial abierta que no se veía en Estados Unidos en medio siglo.

Y por supuesto, movilizó en su contra a buena parte del resto de esa compleja sociedad, aparte de su núcleo de apoyo entre los obreros blancos.

Las encuestas entre las minorías étnicas parecían apocalípticas para el aspirante neoyorquino.

Un estudio llevado a cabo en los estados de Ohio y Pensilvania le daba 0% de percepción favorable entre los afroestadounidenses.

Además, las encuestas señalaron acertadamente que una mayoría de hispanos votarían por Clinton. Aunque al final, uno de cada tres votantes hispanos depositaron su voto por el magnate.

Las mujeres por su parte, vacilaban en respaldar a un candidato con un lenguaje singularmente agresivo contra sus adversarias femeninas y que se vio involucrado en el escándalo de las grabaciones que lo mostraban haciendo comentarios sexuales inapropiados de mujeres.

Una parte importante de los republicanos estuvo en franca rebeldía contra Trump, como lo probó de manera espectacular durante la convención republicana Ted Cruz, el opositor más importante dentro de su partido, cuando humillantemente se negó a ofrecer su apoyo por el candidato oficial en un discurso transmitido a toda la nación desde los pasillos de la convención en Cleveland.

Aunque también Cruz terminaría apoyando a Trump semanas después.

En julio pasado, en una mesa redonda de periodistas en la convención de Cleveland, John Brabender, estratega político republicano y veterano de varias campañas presidenciales, sostenía que Trump todavía tenía que pasar la “prueba de la fiesta de coctel”.

Esto es, que a los republicanos educados de clase media no les avergüence decir, en una fiesta con sus amistades, que van a votar por Trump.

Y los intelectuales advirtieron que, en el largo plazo, Trump ha ayudado a enterrar las perspectivas de su partido en un país que avanza irremediablemente hacia la diversidad racial.

La muralla

Eso nos deja con el corto plazo. Trump ha ayudado a despertar este año odios y rivalidades raciales que se creían superadas en Estados Unidos.

Sus enemigos dicen que le está causando un daño integral a la democracia de su país.

Pero también ha demostrado una infinita sagacidad política para aplastar a rivales que ni siquiera querían aceptarlo como un rival a tomar en cuenta.

La víctima final de ese exceso de confianza fue, por supuesto, Hillary Clinton.

En los días finales de la campaña era tal el convencimiento en la inevitabilidad de su triunfo, que su equipo canceló avisos comerciales que planeaban transmitir en la televisión de varios estados, para dedicar esos recursos a ayudar en la campaña de reelección de congresistas aliados.

Pensaban que Clinton ya se podía dar ese lujo. Días después, la realidad se encargó de mostrarles brutalmente lo equivocados que estaban.

La perspicacia de Trump le alcanzó para llegar a la Casa Blanca por encima de Clinton, desatando el que muchos consideran el mayor terremoto político en la historia de esa nación.

En junio de 2015 muchos auguraban que su aspiración presidencial no pasaba de ser una fantasía política.

Pero terminó siendo una realidad sólida, maciza, como una muralla contra la que se han estrellado y desintegrado los que no lo tomaron en serio.

Nota de: BBC MUndo

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