La joven ecuatoriana, Sharon Ayala, se encontraba desde el 19 de marzo pidiendo ayuda al ver como su padre empeoraba tras presentar síntomas del nuevo coronavirus.
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Luego de 11 días su padre falleció y pasaron al menos 50 días más para que le pudieran informar donde habían sepultado su cuerpo.
Al los tres día de su fallecimiento, aparecieron trabajadores de la salud escoltados por policías, hasta que finalmente se llevaron el cadáver. El cuerpo ya estaba en proceso de descomposición. El fuerte olor no podía ser disimulado. Buscaron en ese momento cal sin éxito, así como formalina para inyectar al cadáver y desacelerar la descomposición, pero las funerarias no quisieron venderles y los vecinos empezaron a quejarse.
En Guayaquil, capital económica de Ecuador, más familias tienen para narrar historias similares en una ciudad devastada por el coronavirus.
En la ciudad costeña se ha registrado el 70 por ciento de los contagios y un 50 por ciento de las muertes. La alcaldesa se vio obligada a usar fosas comunes para sepultar a centenares de personas que fueron recogidas muertas de las calles.
