El populismo gana, ¿pero resuelve?

Si. Para muchos es la herramienta más efectiva en el ascenso al poder y, sin embargo, ha sido una de las prácticas políticas que más ha erosionado a la institución democrática al causar decepción cuando se “venden ilusiones” y no se hacen propuestas reales.

Desde su origen etimológico el populismo nace de la palabra “populus” que traduce literalmente “pueblo” pero como concepto político sus orígenes, según la bibliografía, se encuentran en el movimiento llamado narodnismo, de la Rusia del siglo XIX. El populismo, según los narodnistas, es “ir hacia el pueblo”.

La RAE define al populismo como “la tendencia política  que pretende atraerse a las clases populares” lo que conlleva a la realización de acciones en la lucha por el poder o desde el poder en tal sentido.

Hasta lo que hemos visto, todos los conceptos señalados establecen una de las principales características del populismo como lo es la concepción de que en una sociedad existe “un pueblo” explotado que hay que dignificar, rescatar, exaltar y otro lado, “la elite” que explota, se aprovecha o va en contra de los intereses y necesidades de los primeros. Pero no caigamos en el error de pensar que “el populismo” es un concepto ideológico y la historia lo demuestra: se puede ser populista de derecha o de izquierda y en Latinoamérica los ejemplos son abundantes.

Al no ser un concepto ideológico se puede entender como una herramienta política para el ascenso al poder. Aquí se concibe, además de estratégico (definido como un plan de oferta en el caso de que se busque acceder al poder o como un plan de acción ya desde el poder).

La herramienta política populista implica un discurso que se dirige al “pueblo” una entidad uniforme y anónima adecuada a la propuesta populista.

 El pueblo como fin

El populista requiere de un “pueblo” para dirigir su discurso. El pueblo se asemeja más a una masa uniforme a la cual se le dirige un mensaje lleno de “soluciones” a problemas como la pobreza, el desempleo, la desigualdad social, la falta de recursos, de oportunidades, de servicios, en fin, una amplia gama de aspectos.

El discurso populista va a la “oferta mágica” aquella que da soluciones pero que, generalmente, no explica o se es muy genérico sobre el “cómo” se puede dar esa “solución”. Se presenta en forma de oferta política electoral o en forma de plan de gobierno.

“Pleno empleo”, “Vivienda para todos”, “Salud para el pueblo”, “Todo el poder es del Pueblo”, “El pueblo tiene derecho a la educación” son mensajes y detrás de ellos se construye la propuesta populista y hay que reconocer que, en la gran mayoría de los casos, es una estrategia exitosa, especialmente en nuestros países latinoamericanos, aunque ya se ha visto el florecer del populismo en Europa que ofrece el rescate de “glorias pasadas” o “futuros grandiosos”.

Con ello se apela a la principal arma de la seducción política: la emocionalidad primaria, aquella que promete satisfacer las necesidades y anhelos del pueblo (masa). El populismo construye discurso político de soluciones (reales o irreales).

Populismo y democracia

El ejercicio de la política implica responsabilidad del político ya sea como aspirante o se encuentre en el ejercicio del poder. La democracia es en donde todo se desarrolla y por lo tanto se transforma en el principal activo que se debe proteger y cuidar.

Buena parte del desencanto de las sociedades con el sistema democrático se debe al abuso con estrategias populistas que llevan una y otra vez la promesa de satisfacción de las necesidades primarias del pueblo sin que, al final, estas expectativas sean satisfechas plenamente. Algunos pudieran afirmar que la satisfacción total de las necesidades de las sociedades es, por lo menos, una ilusión.

Esto es verdad. Al fin y al cabo, es la naturaleza humana. Pero eso no excusa a quienes en vez de mejorar la democracia como sistema la desacreditan con cuestionables prácticas populistas que terminan en frustración y decepción.

El problema, desde esta perspectiva, es seguir concibiendo la política y la democracia como un sistema dirigido “al pueblo” y no a “ciudadanos”. Ser parte del “pueblo” es vivir la democracia como un receptor anónimo de un sistema que le ofrece unos posibles beneficios de “benefactores” transitorios en el ejercicio del poder. Y como receptor mi única responsabilidad seria elegirlos en procesos electorales.

El populismo vive y se nutre de estos receptores alentándolos a seguir dependiendo de la promesa siempre incumplida. El “pueblo” vive de la democracia, vive en democracia pero no la siente ni la construye. Esto lo hacen los “ciudadanos”.

El ciudadano es un ser reflexivo, que discierne, cuestiona y entiende a la democracia como un sistema perfectible ya que es corresponsable de que esto ocurra. Vive la democracia y exige más de sus políticos: preparación, identidad, compromiso ético y social entre otros aspectos.

Ciudadanos versus populismo

El populismo no es para el ciudadano. Este no puede aceptar el listado de promesas irrealizables del discurso populista. Entiende que, detrás de ellas, solamente hay el afán de hacerse del poder y no del cambio para mejorar a su localidad, región o país.

El ejercicio político comprometido con la democracia debe procurar más ciudadanos y menos pueblo. Entender que el discurso populista está erosionando la democracia es fundamental para comprender el desencanto creciente de las sociedades con el sistema.

Frente al populismo necesitamos democracias más fuertes, vigorosas, inclusivas en donde el político sea un líder que promueva y facilite las capacidades de sus ciudadanos y no, exclusivamente, el benefactor transitorio del pueblo.

Ciudadanos que vivan la democracia, que colaboren en su mejora, que sean más responsables con su presente y futuro, que entiendan sus riesgos y sean menos dependientes. Ciudadanos visibles dentro de la democracia.

Este es el camino frente al populismo.

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