“Mexicanos-venezolanos, al grito de guerra…” por Gustavo Tovar Arroyo

Gustavo Tovar-Arroyo  @tovarr
El magnífico privilegio del nacimiento de la conciencia
La doble nacionalidad es uno de los mayores avances civilizadores de nuestro tiempo; avance por un lado, justicia por otro. Si algo distingue a la posmodernidad es la necesidad de andar como nómadas civilizados de un lado para otro. Que se nos permita adquirir derechos nacionales a los andadores del mundo, no sólo por el lugar de nuestro nacimiento sino además por el lugar de nuestro amor o conciencia es formidable y, como digo antes, un acto de justicia. Yo soy beneficiario de ese magnífico privilegio.
Marguerite Yourcenar atribuye a Adriano el haber dicho que uno nace dónde adquirimos conciencia, si es así yo soy mexicano (michoacano).
Igual que tú –y esto está escrito para ti– que como yo eres mexicano y venezolano.
 
México, principio del agua y del aire
Así como a Venezuela, es difícil no amar a México. Es instantáneo y categórico. En mi caso además de los consabidos designios del amor: la cultura, el pueblo, la comida, el mariachi, el tequila, los paisajes michoacanos, los rostros empedrados de la memoria o la familia (laguna original y matriz-madre, principio del agua y de mi primer aliento), está mi formación intelectual.
Son mexicanos mis autores de cabecera, los primeros y los de siempre. Con Octavio Paz como pan mío –y nuestro– de cada día, Rulfo, Fuentes, Reyes, Pacheco, Vasconcelos, Krauze, Monsiváis, Zaid y esa larga lista a un tiempo deslumbrante e imperecedera que ha poblado para quedarse cada una de mis neuronas imaginarias e intelectuales.
Ideas, poemas y ficciones mexicanas que, sembradas en mi ser, me pueblan y me hacen entrañablemente mexicano.
 
Piedra de sol
Soy mexicano no sólo por haber sido concebido y guardado en las entrañables mareas de un vientre moreliano, sino porque mi primer acto de conciencia crítica derivó de haber leído el poema “Piedra de sol” de Octavio Paz (Libertad bajo palabra).
Cuando lo leí por primera vez (mi padre venezolano me lo mostró), quedé conmocionado, no di crédito a ese portento poético, a sus metáforas, a sus luces, a su idea. Recuerdo que no podía creer que alguien fuese capaz de escribir tan esplendorosamente bien y sintetizar en pocas centenas de versos la cosmogonía de una nación. En ese sentido, perdónenme la hipérbole, Paz se convirtió en el auténtico y verdadero padre de la patria de mi conciencia.
¿Y qué es la patria sino un acto de conciencia?
 
La razón de nuestro grito
¿A qué se debe esta reflexión casi cosmogónica? A un tema mundano: las elecciones en México, la victoria de López Obrador, que tanta angustia ha traído a los venezolanos, que también somos mexicanos.
Razones –y heridas y desgarraduras y penas y lágrimas y espantos y tumbas– tenemos los venezolanos para exaltar al extremo nuestra angustia. Por eso le rogaría, a los mexicanos que no son venezolanos que comprendan, que se apiaden de nuestro pánico. Lo que vivimos los venezolanos –que también somos mexicanos– en nuestro otro amor que es Venezuela con las atrocidades cometidas por el chavismo son lesiones abiertas, muy abiertas, que perviven en nuestro espíritu: son el pan duro de cada día.
Están ahí sembradas no como ideas o ficciones, sino como realidades devastadoras que ni cesan ni curan. Por eso nuestros gritos.
 
La diferencia entre López Obrador y Chávez es otra
Como venezolano, lo digo antes, me causa una intensa angustia que México caiga en las redes devastadoras del chavismo; como mexicano, reconozco que la sociedad mexicana está mucho más preparada moral y culturalmente que la venezolana para un fenómeno populista.
Espero no equivocarme, pero la diferencia entre López Obrador y Chávez, además de que el primero es sólo un populista (no un asesino, hambreador y encarcelador de una nación) y el segundo es un criminal de lesa humanidad, un inédito caso de cinismo y crueldad en Las Américas, radica no en la personalidad del uno o del otro, ni siquiera en la semejanza fatal de sus ideas, la diferencia radica en las sociedades, la mexicana y la venezolana, que los abrazan y encumbran a través del voto.
La fuerza creadora, la autodeterminación y la madurez social, económica y política, pero sobre todo moral, de la sociedad mexicana está años luz –siglos de memoria solar y piedra– de la venezolana.
 
Mexicanos-venezolanos, al grito de guerra
México votó masiva y contundentemente por López Obrador, como jamás lo habría hecho por político alguno, le entregó legal y democráticamente el poder absoluto. Si no lo usa contra sí mismo, es decir contra México, pasará a la historia como una auténtica extrañeza y todos sus críticos, entre los que me incluyo, tendremos que reconocer nuestra equivocación y además agradecer –y enaltecer– la posible moderación del tabasqueño.
Nuestra obligación, como demócratas y como mexicanos, es darle un voto de confianza, así se nos retuerzan todos los criterios y se nos estimulen todas las heridas abiertas que nos ha causado la peste chavista. México no es Venezuela, no por sus líderes políticos, sino porque el pueblo mexicano no traicionará su grandeza histórica ni su fuerza creadora, no cometerá la pendejada de entregarse súbditamente a Cuba.
¿Estaré equivocado? Lo sabremos en seis años.
 
Postdata latinoamericana: Mexicanos-venezolanos, al grito de guerra
Eso sí, como mexicanos-venezolanos, pese a que nuestra obligación es respetar y honrar los resultados electorales, incluso apoyarlos (necesitamos unidad crítica, la verdadera amenaza es externa no interna), debemos mantener un grito de guerra de conciencia y si observamos desvíos o aberraciones chavistas, advertirlas y acusarlas con decisión, integridad, pero, sobre todo, fuerza creadora y crítica. Las heridas están abiertas, muy abiertas, los venezolanos tenemos el espíritu lacerado y desgarrado por todas partes, no queremos que nuestros compatriotas mexicanos también lo tengan. Nuestra hipersensibilidad –absolutamente justificada– tiene rostro de verdugo: el chavismo. Dependerá de la acción consciente de todos que esa epidemia no enferme a México.
Continuaré…

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