Opinión | Hasler Iglesias: No es un concurso de popularidad, es la lucha por la libertad

En Venezuela, un país tan acostumbrado a la polarización, parece que se ha perdido la conciencia sobre la importancia de la movilización popular. No me refiero al acto de reclamar y protestar, de eso todos los días hay decenas y cientos de manifestaciones espontáneas en todo el territorio nacional. Me refiero a las grandes manifestaciones organizadas, aquellas que logran generar la presión interna y externa suficiente para empujar los cambios que necesitamos. Sorprende ver planteamientos en la opinión pública que reducen la fuerza de la ciudadanía al apoyo de un líder, cuando de lo que en realidad se trata es del ejercicio del poder ciudadano.

Es así como algunos dicen que no salen más a la calle si los convoca éste o aquél, o que incluso ven la no-participación como un castigo hacia el líder o la organización convocante. Esto tendría sentido si la coyuntura que vivimos fuese electoral, donde el fin de las manifestaciones es apoyar a determinado candidato y transmitir la sensación de mayoría ganadora. Aunque parezca obvio, hay que aclararlo: En Venezuela no hay democracia. La lógica de apoyar a un líder o a otro para hacerlo crecer carece de sentido. Cuando no hay democracia, no hay elecciones libres, no existe el voto y por ende el voto castigo tampoco. Quizás eso ha llevado a algunos a usar la no-participación como castigo a los dirigentes.

Pero detengámonos un momento. ¿Acaso alguno de los líderes del movimiento pro-democracia que estamos viviendo en Venezuela necesita que salgas a protestar para seguir siendo líder? ¿No es más bien que todos necesitamos mantener con fuerza la presencia en la calle de manera organizada para seguir logrando que militares y funcionarios abandonen al régimen y que la comunidad internacional se tome cada vez más en serio la amenaza para la vida que significa el régimen venezolano? Durante veinte años, con el cuento de una democracia participativa, parece que codificaron al venezolano para que su única acción ciudadana fuese votar, esto es, delegar su poder en un representante – paradójico que justo eso es la democracia representativa que tanto criticaron Hugo Chávez y sus acólitos, pero que les funcionó para mantener a la población cautiva de elección en elección, mientras desmontaban la verdadera democracia – y al mismo tiempo, que la única acción de repudio posible era retirar el apoyo transmitido en el voto.

En ningún momento me expresaré en contra del sagrado derecho que tiene el ciudadano de elegir el destino de su país, pero hay que decirlo bien claro: En dictadura ese derecho no existe y la lucha es precisamente por rescatarlo. Mientras se le rescata no se puede pensar en la dicotomía de apoyar o no apoyar a un líder. Lo que está en juego es la capacidad de la población para expresarse y ejercer verdaderamente el poder que tiene, que le viene fundamentalmente de la capacidad de ser la absoluta mayoría de la población, organizada y siguiendo una estrategia común. La lógica de los movimientos ciudadanos que han sido exitosos derrocando regímenes autoritarios en el mundo ha estado basada en quebrar la conciencia de quienes sostienen al tirano, para que decidan dejar de hacerlo y se suman al movimiento a favor de la democracia; y resulta ser que en la mayoría de los casos esto sólo ha ocurrido cuando una mayoría organizada logra generar dilemas y situaciones límites que obligan a los funcionarios y militares a tomar postura.

El ciudadano tiene una voz propia, que nada ni nadie puede callar siempre y cuando éste la use. Y todos los ciudadanos de un país tienen un poder enorme para dirigir el destino de una nación si son capaces de organizarse y actuar al unísono. La función de los líderes es precisamente la de dar conducción y dirección a toda una población, pero no para sacar ningún beneficio o privilegio, – eso sería, en todo caso, la función de un candidato que busca ganar una elección – sino para lograr que la ciudadanía sea efectiva y exitosa en la conquista del objetivo que se ha planteado.

Aterrizando todo esto: Tu presencia en la calle en manifestaciones organizadas a favor de la democracia no es para fortalecer a un líder, es para sumar tu aporte a la construcción de la fuerza necesaria para sacar del poder a los usurpadores. Tu ausencia en la calle no castiga a nadie más que a ti mismo y a toda la población, ya que con ella impides que se construya la fuerza que necesitamos.

Ningún líder puede pedir un cheque en blanco, y ningún ciudadano debe dárselo. Pero tampoco el ciudadano puede dejar de ejercer su derecho a luchar por la democracia por creer que está construyendo el proyecto político de éste o aquél. En estos momentos por encima de liderazgos, de preferencias, de disgustos e insatisfacciones está la necesidad urgente de lograr la democracia y salvar la vida y el futuro de los millones de venezolanos que vivimos bajo el yugo de la dictadura de Maduro. Debemos entender, y hacer entender, que se trata de eso y no de un concurso de popularidad o de una elección donde con no apoyar a alguien basta.

El ciudadano lo es por sus propias acciones, no por el liderazgo que apoye. El ciudadano lo es porque se mueve por la causa de la libertad y es capaz de encontrarse con sus iguales y sus diferentes para construir juntos esa causa. En el momento en el que hemos estado más cerca de conquistar la libertad, sería un despropósito limitar el poder real que tiene una ciudadanía por el disgusto coyuntural que pueda existir, la causa está clara: la libertad, la herramienta que tenemos para alcanzarla también: la calle; sólo así los que deben tomar decisiones para terminar de salir de esto las tomarán. No caigas en el esquema que la dictadura quiere para ti: el de alguien cuya única función es delegar poder; sal y ejerce tu propio poder, en torno a una causa común, independientemente de quien la lidere coyunturalmente. ¡Ejerce tu poder para la libertad!

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