Una excesiva población de castores en el extremo sur de Chile, amenaza la biodiversidad de uno de los rincones más “prístinos” del planeta, así lo reveló el biólogo argentino y conservacionista, Ramiro Crego.
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Ecólogos de diferentes nacionalidades coinciden en que los castores se han convertido en una “plaga” en la Patagonia de Chile desde que fueron llevados hasta allí.
Los castores son una especie de roedores semiacuáticos nativos de América del Norte y Eurasia (área continental más grande de la Tierra) que se caracterizan por sus amplias y escamosas colas. Este género, de todos los que pertenecen a la familia Castoridae, es el único no extinto en su totalidad. Sus tres especies, habitan exclusivamente en el Hemisferio Norte, excepto algunos castores americanos que llegaron a la región argentina de Tierra del Fuego al ser allí introducidos.
¿Cómo llegaron los castores a Chile?
Hace al menos 70 años se introdujeron las primeras parejas de castores en la Tierra del Fuego. Desde ese entonces, el paisaje de la Patagonia no ha vuelto a ser el mismo.
Fue en 1946 cuando por el lado argentino de la Isla de Tierra del Fuego, se introdujeron 10 parejas de castores provenientes de América del Norte, con la intención de crear una “progresiva industria peletera local” y generar un recurso valioso para el desarrollo de la economía. Sin embargo, al introducir a la especie, desconocían los impactos que esta generaría en los ecosistemas.
El castor se ha convertido rápidamente en una de las mayores amenazas para los bosques nativos y biodiversidad de la Patagonia chilena y argentina.
Con el pasar de los años, el castor comenzó su reproducción sin ningún tipo de restricciones y, 73 años después, esos 20 castores se convirtieron en una población actual de cerca de 100 mil, de acuerdo a las últimas investigaciones realizadas por el Gobierno chileno.
La industria peletera y sus consecuencias
Con el objeto de “enriquecer” la fauna nativa y fomentar la industria peletera local, la Marina argentina importó desde Canadá 10 parejas de castores y los liberó en la Isla Grande de Tierra del Fuego, en el extremo sur de América.
Sin embargo, sus consecuencias fueron realmente desastrosas.
La caza se ha impuesto por durante al menos 35 años, los castores multiplicaron su reproducción más de 5.000 veces desde la población inicial y cambios irreversibles en el ecosistema de los bosques comenzaron avanzar en el continente.
De acuerdo a un estudio publicado en la Revista Chilena de Historia Natural, se estima que la expansión actual de los castores podría ser mayor de la que se sospecha, esto debido a que puede demorar años o incluso décadas en advertirse la presencia de roedores y su impacto sobre en el hábitat.
“Puede haber muchas poblaciones de castores moviéndose en el continente y en islas que desconocemos”, explicó a la revista estadounidense, Scientific American, la autora principal del trabajo, la bióloga Giorgia Graells, del Instituto de la Patagonia de la Universidad de Magallanes, Chile.
El negocio peletero registra tristes cifras a nivel mundial. Se requiere unos 50 castores para crear tan solo un abrigo y, anualmente, esta es la principal la causa de muerte de más de 100 mil animales.
El impacto producido tras la llegada de esta especie
De acuerdo al Reglamento en Chile sobre la Ley de Caza, el castor en ese país ha sido declarado como una especie dañina o perjudicial, esto tras los graves impactos que ha causado en los ecosistemas locales.
Sus represas, pueden llegar a alcanzar casi 1,5 metros de altura y una longitud de 100 metros, esto ocasiona una descarga anual de los ríos, la disminución de la velocidad de las corrientes, expansión de las superficies de los suelos inundados, entre otros. Eso afecta directamente al bosque nativo aumentando la retención de sedimentos y materia orgánica, que, a su vez crea un hábitat para otras especies exóticas.
En la isla Grande de Tierra del Fuego, los castores han construido diques para permanecer resguardados y a su vez, se alimentan de material arbóreo, el cual es extraído principalmente de la lenga (roble).
Un solo castor puede llegar a consumir hasta 200 árboles al año.
Los árboles cuando son cortados no logran sobrevivir, a diferencia de lo que ocurre en Norteamérica donde son más resistentes y más propensos a rebrotar.
Las alteraciones físicas que producen los castores en los ecosistemas producen un efecto denominado “cascada” lo que convierte el problema en algo mayor.
De acuerdo al biólogo y vocero del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF por sus siglas en inglés), Felipe Guerra, el “castor canadensis”, (el tipo de castor que habita en la zona) produce un severo cambio en el paisaje y permite el paso de otras especies invasoras que provocan el desplazamiento de aquellas que son nativas del propio lugar.
En Chile, el control animal ha sido un reto difícil por diferentes factores que se presentan en la región, como la escasez de recursos humanos, o la geografía, que imposibilita el debido acceso a estos lugares. Además la problemática conlleva un alto costo de inversión, en los últimos 20 años ha representado un gasto de más de 69 millones de dólares para el país.
“Es muy poca la gente que se puede dedicar al tema del castor, es muy caro. Desde el punto de vista económico no es viable; por el punto técnico, es complicado y difícil”, explicó Guerra.
Medidas viables a su solución
En el año 2008 el Gobierno chileno firmó con el Gobierno de Argentina un acuerdo binacional en el que se estableció un “marco de cooperación mutua” para cooperar con el control de los castores y poder restaurar los ecosistemas de la Patagonia.
Más recientemente, en julio de 2016, se aprobó un proyecto con financiamiento internacional, aprobado por el Ministerio del Medio Ambiente, respaldado por el GEF y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El proyecto sería dedicado al “fortalecimiento y desarrollo de instrumentos para el manejo, prevención y control del castor (Castor canadensis)”.
Asimismo, desde hace dos años y hasta el 2020, las organizaciones han trabajado en la implementación de cuatro pilotos ubicados en la Reserva Nacional Parrillar, Parque Karukinka, Río Marazzi de Tierra del Fuego y el Sudeste de la Provincia de Última Esperanza.
Con esta medida se buscaría desarrollar de mejor manera las estrategias técnicas finales para gestionar con total precisión las forma más efectivo la presencia del animal.
Por último, el vocero de GEF, Guerra, informó para un medio chileno que en el Sudeste de la Provincia de Última Esperanza, se está desarrollando un piloto que consiste en la implementación de monitoreos satelitales con la finalidad de mantener un sistema de seguimientos y alerta temprana sobre la localización de la especie así como su desplazamiento.